“Qué me van a hablar de amor” es un tango de mediados de los cuarenta de Homero Expósito y Héctor Stamponi.
Toda la letra es como la reacción del protagonista ante las “enseñanzas” de algún gil que se agranda y pretende darle lecciones (a él, justo a él) sobre el amor. Y entonces él, que hasta entonces se había mantenido tranquilo con su ginebra espantosa en el bar de mala muerte, se saca el cinto mental y comienza su protesta: “A mí no me vengan a contar cómo se cuecen las habas, porque mientras ustedes van, yo fui y vine varias veces”.
De entrada en la canción, el protagonista del tango se presenta como alguien que se ganó lo que tiene (su experiencia) a fuerza de golpes y esfuerzos:
Yo he vivido dando tumbos
rodando por el mundo
y haciéndome el destino...
Y en los charcos del camino,
la experiencia me ha ayudado
por baquiano y porque ya
comprendo que en la vida
se cuidan los zapatos
andando de rodillas.
Él ya sabe cómo son las cosas, y entonces larga la conclusión del argumento:
Por eso me están sobrando los consejos,
que en las cosas del amor
aunque tenga que aprender
nadie sabe más que yo.
No dice “Me las sé todas”, sino “también tengo cosas que aprender… pero menos que todos ustedes”. El final de la línea argumental sería que nadie sabe todas “las cosas del amor”, que todos tenemos que aprender todo el tiempo. De alguna manera, todos somos ignorantes del amor, todos somos iguales; pero algunos, aclara el cantor, somos más iguales que otros, y yo (el cantor, no yo-yo) sé lo suficiente como para darles consejos a ustedes, gilastrunes, porque…
Yo anduve siempre en amores,
¡qué me van a hablar de amor!
O sea: la experiencia está de su lado, pareciera. Él se declara Gardel sin sonrojarse. Sin embargo… inmediatamente empieza a desbarrancar. A desbarrancar mal, contando la verdadera historia: él habrá andado “siempre en amores”, pero en realidad tuvo solo un amor en serio, y lo dejó turulato:
Si ayer la quise, qué importa...
¡qué importa, si hoy no la quiero!
Dice él “no importa”, cómo la zorra dice “están verdes” ante las uvas que no alcanzan. Dice “ya no la quiero”, pero se hace difícil creerle, aunque utilice una metáfora extraña para definir los ojos de su ex(?)amada: no te recomiendo utilizar “sos un ancla” como línea seductora. Ni siquiera si aclaran “sos un ancla linda”.
Eran sus ojos de cielo
el ancla más linda
que ataba mis sueños...
Pero en el tango, el cantor zafa, porque enseguida aclara qué quiso decir: ella “ataba sus sueños”, y luego ella se fue “de mis cosas” (es decir: de su vida) y “entró a ser recuerdo” (ella entró en su pasado, como pasa en “Los mareados”, ¿se acuerdan?). Y él quedó desanclado, a la deriva, sin rumbo, llevado por mil corrientes (mil amores que no llegan, entre todos, a opacar a aquel, al verdadero, el que le duele).
Era mi amor, pero un día
se fue de mis cosas
y entró a ser recuerdo.
Después rodé en mil amores,
¡qué me van a hablar de amor!
Y la conclusión de esa historia de amor doliente es: “yo me las sé todas”, pero a esta altura ya no le cree nadie. O mejor dicho: uno le puede creer que sabe de “las cosas del amor”, pero más por aquel amor perdido que por los otros mil amores por los que rodó (desanclado y sin detenerse).
La siguiente estrofa es muy bella, nos recuerda por qué Homero es Homero y nosotros no: el Invierno asesino le echa al cantor “la soga del recuerdo” al cuello, como para ahorcarlo, y utiliza la ausencia como una viga desde la cual echarle la soga. Pero él se suelta, como se suelta “un potro mal domado” (otro tanguero que se compara con un caballo, como en “Por una cabeza”), mañero. Y nuevamente suelto (desanclado, sin rumbo) rompe “las cosas del pasado” como quien rompe una rosa entre las manos… y se clava al hacerlo todas las espinas, claro: no le es gratuito, ese “saberselas todas”:
Muchas veces el invierno
me echó desde la ausencia
la soga del recuerdo,
y yo siempre me he soltado
como un potro mal domado,
por mañero y porque yo,
que anduve enamorado
rompí como una rosa
las cosas del pasado.
Ahora, en el presente, él declara “estar viviendo en otra aurora” (pero quién le cree), y pide, suplica: “No me expliquen el amor”. Está muy bien, ese verso: no hay que explicar el amor, es inútil. O se sabe o no se sabe, o se tiene o no se tiene, explicarlo sirve tanto como definirlo: es decir, no sirve para nada. Y él, dolido como está (desanclado), y aunque solo sabe que no sabe nada, igual le alcanza para saber que sabe más que cualquiera:
Y ahora
que estoy viviendo en otra aurora
no me expliquen el amor,
que aunque tenga que aprender,
nadie sabe más que yo.
Es, bajo la apariencia de una historia de puro canchereo, un tango que va bailando por la cornisa del desencanto, pero jamás se cae.
QUÉ ME VAN A HABLAR DE AMOR - Tango 1946
Música: Héctor Stamponi
Letra: Homero Expósito
Yo he vivido dando tumbos
rodando por el mundo
y haciéndome el destino...
Y en los charcos del camino,
la experiencia me ha ayudado
por baquiano y por que ya
comprendo que en la vida
se cuidan los zapatos
andando de rodillas.
Por eso,
me están sobrando los consejos,
que en las cosas del amor
aunque tenga que aprender
nadie sabe más que yo.
Yo anduve siempre en amores
¡qué me van a hablar de amor!
Si ayer la quise, qué importa...
¡qué importa si hoy no la quiero!
Eran sus ojos de cielo
el ancla más linda
que ataba mis sueños;
era mi amor, pero un día
se fue de mis cosas
y entró a ser recuerdo.
Después rodé en mil amores...
¡qué me van a hablar de amor!
Muchas veces el invierno
me echó desde la ausencia
la soga del recuerdo,
y yo siempre me he soltado
como un potro mal domado
por mañero, y porque yo
que anduve enamorado
rompí como una rosa
las cosas del pasado.
Y ahora,
que estoy viviendo en otra aurora
no me expliquen el amor
que aunque tenga que aprender
nadie sabe más que yo.
Yo anduve siempre en amores
¡qué me van a hablar de amor!
Para bordar este tango, la versión de Roberto Goyeneche, ç
en su grabación en 1981 junto a la orquesta de Raúl Garello.
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