De niño ya me impresionaba Carlos Gardel cantando el tango del epígrafe, que compuso con Alfredo Le Pera. Para mí, este último es uno de los poetas más luminosos que tuvo el género. Nunca pude entender porque en el ambiente, hubo una época en que se lo rechazaba. Y no hay más que comprobar que el 24 de junio de 1935 murió Carlos Gardel, pero a él y al resto de acompañantes fallecidos en ese trágico viaje, no se les recuerda en el homenaje ritual de cada año.
Anoche pensaba precisamente en los versos de "Soledad". Y era a propósito de una muchacha que encuentro cuando pasea a su perrita yorkshire por el mismo parque, aledaño a casa, en el que yo llevo al mío. Ella camina siempre con un aire fantasmal como si no pisara el suelo, como si se tratase de una aparición. El saludo es apenas inaudible, imperceptible, y cuando entra en el parque, da la sensación de que flotase sobre los baldosones.
Es joven, pero tiene una edad difícil de calcular, como su presencia fantasmática surgiendo de entre la niebla, la cerrazón o la lluvia. Deposita a su animalito en el piso y la va siguiendo, deslizándose con gravedad. Como si tuviera calculado los metros que debe recorrer, al llegar a un punto determinado, se detiene (Le Pera lo describiría mucho mejor), espera que la perrita haga sus necesidades, vuelve sobre sus pasos, al llegar al cordón de la vereda la alza y la lleva en brazos, pegada al pecho, o la encapsula en su bolso cuando la llovizna abrevia el paseo rutinario.
Todo con una gravedad difícil de explicar. Usa un flequillo sobre su frente, viste generalmente prendas de color negro y es como un fenómeno de la intemporalidad que atrae la energía de los sitios. No realiza nunca movimientos rítmicos ni bruscos. Flota. En el remolino que forman los perros con sus juegos, su perrita está atraída como un imán por la presencia de ella, de la que no se despega más que lo justo. Y la imagen se repite cada vez que las cruzo.
Pero anoche, mi perro se puso a correr detrás de la suya y jugaron un ratito. Me agaché para detenerlo y las dejase marchar y al hacerlo descubrí sus pies semidesnudos, bellísimos, calzados en un par de ojotas o chanclas. No era una noche propicia para ese calzado y no pude menos que admirar sus hermosos pies, esa fuerte descarga estética, que brillaban al conjuro de la luna en cuarto creciente. Vió que los estaba observando al agacharme y me dijo sotto voce, como en un susurro : "Estoy descalza...".
Alfredo le Pera, que consigue atrapar en un lirismo descriptivo de percepciones el espacio de una ausencia, me vino a la mente, cuando la muchacha saludó con una voz pálida y desapareció con la yorkshire, flotando. Sí, como si flotara.
En la doliente sombra de mi cuarto, al esperar
sus pasos que quizás no volverán,
a veces me parece que ellos detienen su andar
sin atreverse luego a entrar.
Pero no hay nadie y ella no viene,
es un fantasma que crea mi ilusión.
Y que al desvanecerse va dejando su visión,
cenizas en mi corazón.
Pareciera ser la voz narrativa de lo omnisciente, pero en la realidad está dibujando la victoria del insomnio contra el yunque sobre los párpados, ante la ausencia del ser querido. No es precisamente el caso personal el que me lleva a esta situación que estoy narrando, porque no sé si reconocería de día a la muchacha, salvo que vaya con su compañerita, que, como imitándola, ni siquiera ladra. Sólo las veo algunas noches, cuando ella deja su estela de sombra. Y esta mañana al levantarme pienso si de verdad sucedió lo que acabo de presenciar antes de acostarme. Si ella y la perrita, tan disciplinadas ambas, existen en la realidad.
En el parque, de día hay varios perros de esa raza, aunque no alternan en esta misma casa de niebla, donde ocurre el milagro que estoy narrando. Suelen amontonarse en otro sector y más temprano.
Pero la imperturbable protagonista de esta historia, con su falda hasta los tobillos y ese andar sugerente que cruza la calle de regreso y se convierte en invisibilidad, vive en una atmósfera metafísica distinta al paisaje que nos congrega diariamente. Anoche me quedé pensando en sus apariciones, en esa alteridad impenetrable que me llevó a los versos de Le Pera, y que Gardel canta magistralmente.
(José María Otero en "Tangos al bardo")
SOLEDAD - Tango 1934
Música: Carlos Gardel
Letra: Alfredo Le Pera
Yo no quiero que nadie a mí me diga
que de tu dulce vida
vos ya me has arrancado.
Mi corazón una mentira pide
para esperar tu imposible llamado.
Yo no quiero que nadie se imagine
cómo es de amarga y honda mi eterna soledad,
en mi larga noche el minuto muele
la pesadilla de su lento tic-tac.
En la doliente sombra de mi cuarto, al esperar
sus pasos que quizás no volverán,
a veces me parece que ellos detienen su andar
sin atreverse luego a entrar.
Pero no hay nadie y ella no viene,
es un fantasma que crea mi ilusión.
Y que al desvanecerse va dejando su visión,
cenizas en mi corazón.
En la plateada esfera del reloj,
las horas que agonizan se niegan a pasar.
Hay un desfile de extrañas figuras
que me contemplan con burlón mirar.
Es una caravana interminable
que se hunde en el olvido con su mueca espectral,
se va con ella tu boca que era mía,
sólo me queda la angustia de mi mal
El "Polaco", Roberto Goyeneche grabó este tango en 1968
acompañado de la orquesta de Armando Pontier.
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