El propio autor de este conocidísimo tango, Enrique Santos Discépolo,
nos cuenta la historia del mismo.
“Yira... Yira...” surgió, tal vez, como el más espontáneo, como el más mío de los tangos,
aunque durante tres años me estuvo “dando vueltas”. Porque sí está inspirado en un momento
de mi vida. Venía yo, en 1927, de una gira en la que nos había ido muy mal.
Y después de trabajos, fatigas, luchas y contratiempos regresaba a Buenos Aires
sin un centavo. Me fui a vivir con mi hermano Armando a una casita de la calle Laguna.
Allí surgió “Yira... yira...”, en medio de las dificultades diarias, del trabajo amargo,
de la injusticia, del esfuerzo que no rinde, de la sensación de que se nublan todos los
horizontes, de que están cerrados todos los caminos. Pero en aquel momento, el tango no salió.
La creatividad no se produce en medio de un gran dolor, sino con el recuerdo de ese dolor.
“Yira... yira...” nació en la calle. Me la inspiraron las propias calles de Buenos Aires,
el hombre de Buenos Aires, la rabia de Buenos Aires...
La soledad internacional del hombre frente a sus problemas...
Yo viví la letra de esa canción. Más de una vez. La padecí, mejor dicho, más de una vez.
Pero nunca tanto como en la época en que la escribí. Hay un hambre que es tan grande
como el hambre del pan. Y es el hambre de la injusticia, de la incomprensión.
Y la producen siempre las grandes ciudades donde uno lucha, solo, entre millones de hombres
indiferentes al dolor que uno grita y ellos no oyen.
Londres gris, Nueva York gris, Buenos Aires..., todas deben ser iguales...
Y no por crueldad preconcebida sino porque en el fárrago ruidoso de su destino gigante,
los hombres de las grandes ciudades no pueden detenerse para atender las lágrimas de
un desengaño. Las ciudades grandes no tienen tiempo para mirar el cielo...
El hombre de las ciudades se hace cruel. Caza mariposas de chico. De grande, no. Las pisa...
No las ve... No lo conmueven...
Yo no escribí “Yira... yira...” con la mano. La padecí con el cuerpo. Quizás hoy no la hubiera
escrito porque los golpes y los años serenan. Pero entonces tenía veinte años menos y mil
esperanzas más. Tenía un contrato importante con una casa filmadora que equivocadamente
se empeñaba en hacerme hacer cosas que me desagradaban como artista...
Como hombre digno. Y me la jugué. Rompí el contrato y me quedé en la calle.
En la más honda de las pobrezas y en la más honrada soledad...
“Yira... yira...” fue una canción de la calle, nacida en la calle cuando le mordía
el talón a los pasos de los hombres.
Grité el dolor de muchos, no porque el dolor de los demás me haga feliz, sino porque
de esa manera estoy más cerca de ellos.
Y traduzco ese silencio de angustia que adivino. Usé un lenguaje poco académico porque
los pueblos son siempre anteriores a las academias. Los pueblos claman, gritan, ríen y lloran
sin moldes. Y una canción popular debe ser siempre el problema de uno padecido por muchos...
YIRA... YIRA... - Tango 1930
Música: Enrique Santos Discépolo
Letra: Enrique Santos Discépolo
Cuando la suerte qu' es grela,
fayando y fayando
te largue parao;
cuando estés bien en la vía,
sin rumbo, desesperao;
cuando no tengas ni fe,
ni yerba de ayer
secándose al sol;
cuando rajés los tamangos
buscando ese mango
que te haga morfar...
la indiferencia del mundo
-que es sordo y es mudo-
recién sentirás.
Verás que todo el mentira,
verás que nada es amor,
que al mundo nada le importa...
¡Yira!... ¡Yira!...
Aunque te quiebre la vida,
aunque te muerda un dolor,
no esperes nunca una ayuda,
ni una mano, ni un favor.
Cuando estén secas las pilas
de todos los timbres
que vos apretás,
buscando un pecho fraterno
para morir abrazao...
Cuando te dejen tirao
después de cinchar
lo mismo que a mí.
Cuando manyés que a tu lado
se prueban la ropa
que vas a dejar...
Te acordarás de este otario
que un día, cansado,
¡se puso a ladrar!
"Yira... Yira…” fue grabado por Roberto Goyeneche en 1973
acompañado de la orquesta de Atilio Stampone.
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