La primera calesita —nombre con el que se la conoce en gran parte de América— llegó a Buenos Aires en 1860 y, desde luego, estaba impulsada por un caballo. Hacia los años 30 aparecieron las primeras calesitas con motor y hasta se instaló una fábrica de calesitas, que funcionó en Rosario hasta 1984. Uno de sus dignos productos se instaló en el Jardín Zoológico porteño, donde giró durante décadas. Los nostálgicos la pueden ver funcionando aún hoy en Ayacucho, provincia de Buenos Aires. En aquellos tiempos las calesitas aparecían en los llamados huecos de la Ciudad de Buenos Aires, espacios vacíos donde se instalaban las calesitas hasta que los dueños decidían construir y los echaban... Por eso es muy difícil tener una idea de cuántas calesitas hubo en la ciudad: cambiaban de barrio todo el tiempo. Se puede precisar, al menos, que en 1923 se instaló en Hidalgo y Rivadavia la más antigua que hoy queda en el país, trasladada primero al Jardín Zoológico y actualmente ubicada en Ayacucho (provincia de Buenos Aires). La década de 1920 trajo un gran cambio: la electricidad. Al poder mover la calesita con un motor, se modernizó la técnica, se aceleró la marcha y se reemplazó el organito que iba afuera por uno incorporado que crean los hermanos La Salvia. La calesita se identifica mucho con la idiosincrasia argentina, y porteña en particular. Este juego que viene de Turquía y entra por Europa, tiene en común la característica de la mezcla. Además Argentina es un país circular, de idas y vueltas: somos hijos de gente que nació en otro punto del mundo.
Desplazadas de muchos lugares, en Buenos Aires aún ronronean en algunas plazas y también en las esquinas de Ramón Falcón y Miralla; en Boyacá y Avenida Juan B. Justo, en La Paternal y aquí mismo, en el Parque de los Patricios. También sobrevive una hermosa calesita en la Ciudad de los Niños, en City Bell. Y desde ya, cada ciudad del interior tiene su modesta o ilustre calesita. La calesita está representada en un gran abanico de aspectos de la cultura argentina: en la literatura -no sólo para niños, sino para adultos- en la poesía, en la música, en el teatro, en el cine, en la pintura, en la fotografía... hasta en la publicidad. Este juego retoma la pasión por lo circular que siempre ha tenido el hombre, que incluye manifestaciones particulares como el asado, el fútbol o el tango. No se puede concebir un porteño que no se haya subido a una calesita. La calesita aparece en los libros de lectura para chicos desde el 1900, como texto y como imagen. Pero una vinculación especialmente intensa es la de la calesita con el tango, que no ignoró la presencia de este juego en la vida cotidiana y le dedicó piezas antológicas. Hay que comenzar, por supuesto, por la grabación más famosa: “La calesita”, poesía de Cátulo Castillo y música de Mariano Mores. Otro tango de Castillo y González Castillo (padre e hijo) fue grabado por Azucena Maizani: “Música de Calesita”, también una versión de Ignacio Corsini. Héctor Gagliardi escribió y recitó otros versos titulados “La Calesita”. Miguel Montero le cantó a este juego en “Viejo Baldío”. Por último hay una hermosa grabación de “La Calesita” por Aníbal Troilo y su orquesta. El Tango asimila La Calesita y la vincula mucho al derrotero del porteño al punto de ponerla como título de la película que dirigió y protagonizó Hugo del Carril: el personaje dice que su vida termina como una calesita que da vueltas, sin lugar donde parar, siempre en giro, siempre volviendo a empezar. Pero el tango no es la única música que se ocupó de este juego . Hay una balada de Leonardo Favio, “Vieja Calesita”, y grabaciones de Los Arroyeños.
Pero la más famosa, sin dudas es la composición reseñada de Castillo y Mores interpretada por la orquesta de Aníbal Troilo con las voces de Roberto Goyeneche y Angel Cárdenas de 1958.
Hoy en la ciudad de Buenos Aires hay más de 30 calesitas. Casi todas están ubicadas en plazas y fueron construidas por Sequalino Hermanos. Las más clásicas tienen caballos de madera, otras tienen distintos animales y aviones. Tal vez la calesita más curiosa de Buenos Aires es la que queda en una casa de Liniers: Don Luis Rodríguez logró que le dieran permiso para tener su calesita en la esquina donde se levanta su casa, él mismo la cuida, la restaura, la pinta y arregla los caballitos. Con más de ochenta años, Don Luis no sólo sigue en su calesita sino que escribió dos volúmenes de “Memorias de un calesitero”, donde dice: “Mi padre compró la calesita que poseo en la actualidad en marzo de 1920 y venía equipada con un caballo para hacerla girar, éste era de pelo zaino y obedecía al nombre de “Rubio”. Y concluye: “Hay que cuidar las calesitas cómo se cuidan las plazas, porque son parte de la infancia y el niño es el padre del hombre. Si cuidamos al niño, recuperamos el futuro. Eso nos permitirá acercarnos al ideal de sociedad que queremos: una que respete la memoria”
LA CALESITA - Tango
Música: Mariano Mores
Letra: Cátulo Castillo
Llora la calesita
de la esquinita sombría,
y hace sangrar las cosas
que fueron rosas un día.
Mozos de punta y hacha
y una muchacha que me quería.
Tango varón y entero
más orillero que el alma mía.
Sigue llorando el tango
y en la esquinita palpita
con su dolor de fango
la calesita...
Carancanfún... vuelvo a bailar
y al recordar una sentada
soy el ranún que en la parada
de tu enagua almidonada
te grito: ¡Carancanfún!
Y el taconear
y la "lustrada"
sobre el pantalón
cuando a tu lado, tirado,
tuve mi corazón.
Grita la calesita
su larga cuita maleva...
Cita que por la acera
de Balvanera
nos lleva.
Vamos de nuevo, amiga,
para que siga
con vos bailando,
vamos que en su rutina
la vieja esquina
me está llamando...
Vamos, que nos espera
con tu pollera marchita
esta canción que rueda
la calesita...
Este tango de Cátulo Castillo y Mariano Mores fue grabado en 1958 por Aníbal Troilo con la voz a dúo de dos de sus grandes cantores: Roberto Goyeneche y Angel Cárdenas.
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